Un mirlo de pico amarillo y plumaje negro como el azabache volaba en busca de refugio por el bosque, cuando sin quererlo tropezó con la rama de un viejo roble. El golpe lo aturdió de tal manera que al precipitarse hacia el suelo se rompió un ala. En aquella situación, intentó como pudo acercarse a una gran charca repleta de carpas coloreadas, donde un gran pato nadaba majestuosamente. Al verlo el ánade le preguntó:
-Amigo mirlo ¿que te pasa que vienes arrastrándote?
-Sufrí un accidente y me he roto el ala derecha, por lo que me es imposible volar.
-Un gran problema, teniendo en cuenta que se acerca una fuerte tormenta y esta zona se inunda fácilmente. Deberíamos salir de aquí y buscar donde guarecernos.- Advirtió el palmípedo
-En mi situación actual. No creo que pueda llegar muy lejos. –Contestó el mirlo agachando la cabeza.
-En ese caso quizás te convenga venir conmigo a buscar un buen refugio.
Diciendo esto se acercó al mirlo y lo subió a su espalda, para a continuación emprender el vuelo.
La mala suerte pareció cebarse en las dos aves, puesto que antes de salir del bosque, llovía de tal forma que era imposible volar de forma segura, por lo que decidieron quedarse justo bajo el roble que había ocasionado el accidente al mirlo.
Un ladrido les advirtió que no estaban solos.
-Extraña pareja hacéis vosotros dos.-Dijo el can enseñando una fila de afilados y blancos dientes.
-No tienes tu mejor aspecto, amigo perro. –Le contestó el pato
-El agua desmejora mi figura, pero no quisiera seguir aquí por mucho tiempo. Lo mejor sería llegar a un lugar seguro donde cobijarse hasta que pase el aguacero. Podéis subir a mi espalda y os llevaré conmigo.
Los animales formando un gracioso trío uno encima del otro, intentaron salir de allí, pero el viento ahora, huracanado, apenas les permitió andar un centenar de metros. En medio de aquel temporal se oyó un rebuzno y como por arte de magia, entre el destello de los relámpagos apareció la figura de un asno.
-Un mal día para andar perdidos. –Dijo, echando las grandes orejas hacia atrás.
-Y tú ¿que haces aquí? –Le preguntó el perro
-Soy un animal libre, de paso en esta comarca. La tormenta me ha sorprendido en el bosque y busco un lugar donde pasar la noche.
-Pues yo conozco un sitio en el que encontraremos refugio. Pero apenas si puedo andar un paso. -Musitó el perro.
No os preocupéis, amigo cánido y acompañantes plumíferos, soy un rucio fuerte que no teme las inclemencias de tiempo y os puedo llevar donde me digáis.
Dando un salto el perro, se montó en el lomo del asno y le indicó el camino que debía seguir. Al cabo de una hora llegaron a una construcción de madera, que servía para guardar la paja al dueño de aquellas tierras. Los cuatro se metieron dentro a pasar la noche, mientras la tormenta arreciaba fuera.
A la mañana siguiente y mientras todavía dormían, la puerta de la cabaña se abrió y apareció un hombre que sonriendo al verlos, masculló:
-Hoy es mi día de suerte. Siempre quise tener un pájaro que me cantase por las mañanas. –Dijo metiendo el mirlo en una jaula.
-Tú chucho, defenderás mi casa.- Y le puso un collar al perro.
-Por fin algo mejor que yo para mover el molino.-Y ató al pollino con una cuerda.
-Y lo mejor de todo es que tú serás mi almuerzo de hoy.-Dirigiéndose al pato, que metió a continuación en su zurrón.
El hombre tomó así a los cuatro animales y se dirigió de vuelta a su casa. Al llegar a ella dejó al burro en la rueda del molino y lo golpeó con una vara para que diese vueltas sin parar. Ató al perro junto a la puerta de la casa con una cadena y le dio orden de que vigilase la entrada, colgó la jaula con el mirlo en la ventana y le entregó el pato a su mujer para que lo preparase para comer.
El mirlo apesadumbrado se disculpó con el pato, que esperaba en la cocina a ser desplumado y posteriormente asado.
-Siento que por ayudarme te veas en esta situación- Dijo.
-No te preocupes, tarde o temprano nos llega nuestra hora –le contestó sonriendo.
El perro que los oyó intervino diciendo:
-La culpa es mía por haberos llevado hasta aquella caseta. No sabéis como lo lamento.
-Tranquilo amigo que al menos tú no servirás de alimento y podrás llevar una vida como la de cualquier perro de guardia.-Le contestó el pato.
-Que le vamos a hacer, soy un can y como tal aceptaré mi destino.
A lo lejos se oyó un melancólico rebuzno:
-Yo que quería ser un rucho libre y mírame, atado a la rueda de un molino, trabajando de sol a sol por un puñado de heno, para éste humano.
Mientras tanto el hombre despreocupado y ajeno a todo esto, estaba tumbado bajo la sombra de un árbol cercano a la casa, bebiendo en una jarra, el mejor vino que tenía, mientras decía:
-Hoy me merezco un buen descanso, puesto que tengo un mirlo que me canta, un burro que trabaja por mí, un perro que vigila mi casa y un pato del que daré buena cuenta en cuanto esté asado y servido en la mesa.
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